jueves, 14 de junio de 2012

El Circo de las Mariposas

Debio ser una mañana de Diciembre. No recuerdo el día exacto. Pero recuerdo que me levanté temprano, y que me moría de sueño. Todo para... ir a una biblioteca. La última vez que estuve en una biblioteca. La verdad es que recuerdo muy bien aquel día. Curioso, como se quedan grabados en la memoria días enteros, y otros se desvanecen casi por completo de nuestros recuerdos. De aquel día recuerdo muchas cosas. Adonde fui con la moto con todo aquel sueño que sentía, que comí, dónde y con quién. Donde dormí la siesta. Pero quizá lo más trascendental de aquel día fue una historia. Siempre es una historia. Y esta me la regaló alguien en algún lugar de una moderna biblioteca.

Estaría de más que yo escribiera ninguna reflexión, porque creo que cada uno debe sumergirse en esta fábula bellísima y saborearla a su gusto. Yo me limito a transmitirla.



         

De esta historia, aprendí que en un mundo que se cae a pedazos, la belleza se encuentra en cualquier rincón. Que la magia se presenta de muchas formas, y con muchos rostros. Y que mientras más grande es la lucha, más glorioso es el triunfo.


martes, 12 de junio de 2012

Fe de errores

Oscar Wilde dijo una vez: "Lo único capaz de consolar a un hombre por las estupideces que hace, es el orgullo que le proporciona hacerlas"




A pointless nostalgic. That's me.

viernes, 8 de junio de 2012

Sucede que a veces...

Hay frases que encierran grandes verdades que te encuentran cuando las necesitas. Es como si se deslizasen por un laberinto de sucesos, tiempo y casualidades, conspirando para dar contigo en un momento de necesidad. O quizá encontrar una frase así es fruto de una búsqueda, de querer expresar un sentimiento o una idea con palabras de alguien que fue más sabio de lo que tu serás nunca. Seguramente, es un poco de todo.

René de Chateaubriand escribió una vez: “Nuestras ilusiones no tienen límites; probamos mil veces la amargura del cáliz y, sin embargo, volvemos a arrimar nuestros labios a su borde.”

Todos tenemos ilusiones. Ilusiones grandes. Ilusiones pequeñas. Locas, imposibles, improbables, estúpidas, irracionales. Sean como sean, las ilusiones mueven nuestra vida. La tuya. La mía. No hay vuelta de hoja. Esas ilusiones diarias: encontrarse con alguien camino al trabajo, cruzarse con esa sonrisa desconocida en el mismo semáforo, tener esa conversación casual de todos los días a la hora del almuerzo. Un día menos para el reencuentro después de muchos meses. La ilusión de algo nuevo. La de que todo puede mejorar. Ilusiones. Las hay de todos los tipos y formas. Y cada uno tiene las suyas.

Yo tengo las mías. Creo que aún tengo la suerte de poder ilusionarme a diario, y eso es una bendición. No han sido pocos los días en los que el día parecía extinguirse gris y olvidable, cuando los últimos compases del reloj me sorprendían con una magia inesperada, una explosión pequeña e inenarrable de pequeñas y grandes ilusiones. 

Y si, es cierto. Las ilusiones mueren, también todos los días. Se marchitan, se duermen. A veces, se diría que se marchan, cambiando la miel en los labios por el sabor amargo del que hablaba el amigo Chateaubriand. Pero... que os voy a contar. ¿No? 

Y aun así, que gran error sería querer dejar de arrimar los labios al cáliz de la ilusión. Que duro sería anestesiarse, vacunarse contra la magia de lo inesperado, drogarse con pastillas para no soñar. Esas ganas de borrarse de todo que aquí, el que más y el que menos, ha sufrido en las propias carnes.

En momentos así, sucede que a veces... un pequeño recuerdo puede avivar la ilusión que amenaza con extinguirse. El recuerdo de un momento, de unas palabras, o de un cuento corto, duro y bello. Como este:






Y claro, uno piensa que Chateaubriand escribió aquello porque ya había leído a otros hablar de la ilusión. Y es que Blaise Pascal escribió una vez: “El hombre tiene ilusiones como el pájaro alas. Eso es lo que lo sostiene.”

Y os puede parecer raro que sea un mago el que escriba todo esto. Pero es que es obvio: un mago, quizá más que nadie, necesita ilusionarse.


sábado, 2 de junio de 2012

Aquella botella de Varón Dandy

Cada vez que saco a la luz algunas palabras, aquí o en cualquier otro sitio, las he escrito primero en un documento de Word. Estreno uno nuevo cada año, así las experiencias, las sensaciones, los sentimientos, las reflexiones, los sinsabores... quedan plasmados y etiquetados, enmarcados en una fecha. Hoy mismo, para escribir estás lineas, he tenido que cruzar varias carpetas en mi ordenador, antes de llegar al año 2012. Cada vez que navego por ellas siento la misma sensación que debe sentir alguien que atesora su vida en viejos volúmenes ordenados en una estantería polvorienta, y que cada vez que quiere escribir algo nuevo, recorre con sus ojos y sus dedos todos los viejos libros en los que una vez escribió. Es inevitable. A la mente saltan imágenes fugaces. Párrafos que, quizá de tanto reescribirlos, quedaron grabados en la mente, en algún rincón, siempre listos para volver a la superficie. Ya son más de seis carpetas. Más de seis años.

El caso es que hoy va de recuerdos. De personas que se sientan a la misma mesa una tarde y ponen sobre la misma todo lo que compartieron. Hoy va de anécdotas, risas, lecciones. Todo desde la perspectiva nueva que otorga un “seis años después...” 

Seis años dan para mucho. Muchísimo. Un chaval puede haberse convertido en hombre. Se toman las decisiones que cincelarán a la persona que serás el resto de tu vida. Seis años cambian. O eso se diría. Pero la sensación que he tenido yo al concluir tres horas de reencuentros felices ha sido de que, en el fondo, en alguna parte recóndita del alma, todos somos los mismos. Como si no hubiera pasado un sólo día. El canalla sigue siendo canalla, el soñador sigue siendo soñador, el músico sigue creando notas que dirigirán sueños, el hermano leal sigue fiel... El profesor sigue siendo profesor. En las aulas y en la vida. 

Y no se si todos, o tal vez sólo yo, hemos recordado esta tarde aquella vieja botella de cinco litros de Varón Dandy. Una botella que aunque en realidad sólo era un folio escrito, significó tanto para muchos. Lo cierto es que las previsiones, las situaciones, los consejos que atesoraba aquella inusual botella impresa, me los he encontrado en el camino. Y en más de una ocasión en todo este tiempo, evocar el recuerdo y las palabras que conserva, tozuda, mi memoria, ha supuesto un bálsamo, una guía o una lección.

Hoy me he sentido como parte de una vieja guardia que ha sido zarandeada por los años y golpeada por la estupidez humana, pero no obstante fiel. Todavía entera, a fin de cuentas. Quizá unida por lo que realmente importa. Y ha sido una gran sensación.

Porque luego, siempre, llegan momentos en que puedes sentirte como un Cadillac Solitario, apaleado por la vida y por tus propios errores. Mirando la ciudad y sus gentes desde lo lejos, atrapado por la nostalgia. Y es en momentos como esos cuando a mi, recordar aquella vieja guardia y aquella botella de cinco litros de Varón Dandy, entre otras cosas, me ayudan a ponerme al volante. Y  volver a la carretera, a veces prometedora, a veces incierta, que es mi vida.

                        

Por si alguno ha olvidado aquellos cinco litros de palabras, consejos, emociones y vida, los rescato aquí, en sentido homenaje y prueba de agradecimiento y cariño.