lunes, 14 de enero de 2013

Mi abuelita


Intentar resumir en unas pocas líneas quién era la abuelita y todo lo bueno que hizo sería un pobre homenaje. Hable quien hable de ella (hermana, hijos, nietos, familia y amigos...) no faltarán nunca palabras de asombro, de admiración. De gran cariño. Podríamos decir que era una persona generosa y entregada, una esposa luchadora y valiente, madre amantísima y una super abuelita. Pero no es suficiente. Había que vivirlo, día a día, como nosotros lo hemos hecho.

Todos éramos más importantes que ella. Siempre había algo más en lo que ella podía esforzarse. Siempre había algún viaje en coche a la escuela que ella pudiera hacer. Algún papeleo que ella pudiera arreglar. Algún sacrificio que ella pudiera hacer con una sonrisa. Algo que coser, algo que remendar. Algún nieto que llevar al parque, que recoger en la guardería o en el cole, o que dar de comer después. Un coche que prestar. Una puerta que abrir. Un consejo que dar. Una oración que ofrecer por nosotros. Y siempre la vimos feliz de ser una silenciosa y abnegada protagonista de nuestro día a día. Hasta en Facebook.

Nuestras vidas se fueron construyendo en torno a la suya. Sus hijos e hijas, a las que inculcó el amor a Dios y a los demás. Ocho hijos tan maravillosamente distintos, con vidas y caminos distintos, pero unidos, entre otras cosas, por un infinito y profundo amor y devoción por su madre. Sus nietos, tantos que nunca recuerdo cuantos somos exactamente. Más de veinticinco. Menos de treinta. Casi seguro. Hoy niños y jóvenes que, desgraciadamente, sólo comprenderemos hasta que punto era una parte fundamental en nuestra vida ahora que ya no la tenemos a sólo unos cuantos minutos de distancia.

Su casa era nuestra casa. Cuantas reuniones de Domingo. Cuantas cosas rompimos con nuestros descuidos de aquella vieja y querida casa, que tanto ha cambiado con nosotros. Qué multitud se ha reunido siempre entre esas paredes... se diría que era cosa de magia. Cuantas Navidades. Cuantas mañanas de Reyes con ese pasillo quedándose más y más pequeño, año tras año, hasta hacerse insuficiente en espacio, pero aun así alimentando las ilusiones de hijos y nietos, puestas una detrás de otra en rigurosa fila india. Hasta el final. Hasta el último aliento. Cuando pese a la enfermedad, ella siempre tenía motivos para sufrir más allá de ella misma. Unos hijos en una situación difícil, unos nietos que se hacen mayores, unos que viajan, otros que... en fin. Preocupándose por nosotros, por su familia, parecía olvidarse de que era ella la que tenía que descansar y dejarse arropar. Que era a ella a la que había que cuidar. Que ya era tiempo. Pero no, no para ella. Ella se preocupaba por lo demás. Hasta el final.

Gracias, abuelita. Por quien eres, por como lo has sido y por lo que nos has ayudado a llegar a ser a nosotros. Dejas aquí una de las más bellas obras que un ser humano puede llegar a hacer: una gran familia, perfecta en su imperfección. Cada una de nuestras vidas estará siempre marcada por la tuya. Y en cada reunión, en cada comida, en cada excursión o picnic en el río, en cada paseo por las playas de Cullera... estarás con nosotros.