viernes, 7 de diciembre de 2012

Ungodly hour

Hasta releyendo cosas que escribí no hace tanto, me doy cuenta de que he cambiado. No se si será normal echar tanto de menos cosas de mi antiguo yo. Cosas que tenía y cosas que era. Recuerdo esos desesperados esfuerzos por volcar en unas líneas las cosas que me atenazaban por dentro, en un estúpido y juvenil intento de desahogarme sangrando letras que muy pocos pudieran entender. En realidad, muchas veces escribía para una sola persona. Que otros pasaran por allí accidentalmente y leyeran mis delirios era un efecto colateral en el que no no pensaba demasiado. Hasta tenía un seudónimo.

Pienso esto no tras leer aquellas líneas del pasado. No. Ni siquiera eso. Parece ser que no me atrevo. Parece que algo dentro de mí me advierte que lo pasaré mal si lo hago. Que empezaré a preguntarme cosas que no debería. A darle vueltas y más vueltas. Que sería algo así como una mezcla explosiva... como acercar fuego al gas; como juntar a un nombre con una canción y un recuerdo. 

A veces fantaseo con la idea de un viaje al pasado, de un encuentro imposible. Encontrarme con mi yo de hace dos o tres años. Tan sólo durante una hora. Mi yo del pasado no podría encontrarme. Ni siquiera sabría que esta locura está pasando. No, mi yo del pasado estaría viviendo su vida, caminando por la calle con la música puesta, ajeno todo. Pero yo si sabría donde encontrarle. Dónde encontrarme. No tardaría nada. En un viaje al pasado, tendría que coger la Línea 1 del metro. Puede que hasta el cerebro me jugara una mala pasada y me sorprendiera a mi mismo haciendo todo el recorrido y saliendo en la parada correcta sin pensarlo, sin saber cómo he llegado hasta allí.

Y me encontraría tras andar siete minutos en línea recta, torciendo al final un poco a la izquierda. Depende del día, seguro que me encontraría leyendo sentado en un escalón. En medio de alguna interminable e incierta espera. Dios, creo que sería duro. De pronto me sentiría mayor. Y alguna que otra cosa más.

Dudaría sobre si acercarme o no. De hacerlo, no creo que hiciera falta dar demasiadas explicaciones, porque mi yo del pasado era mucho más soñador que yo. Nos reconoceríamos, nos miraríamos con curiosidad. Supongo que mi yo del pasado me miraría con muchísima más curiosidad. Supongo que me preguntaría. ¿Qué ha pasado?¿Cómo es todo dentro de dos o tres años?

Y yo tendría que apretar los dientes. Y pasaría de todas esas paradojas temporales de la ciencia ficción, y le contaría a mi yo del pasado que al final era cierto eso que decían de la vida. Que te da un par de vueltas. Que la acabas cagando justo cuando menos tenías que cagarla, y lo haces de la forma que en ese momento crees más acertada. Que si, que en dos o tres años te da tiempo a sentirte feliz muchas veces. Es cierto. También a llevarte un par de grandes decepciones. Le contaría que ahora vive sólo, emancipado. Que en muchos sentidos, es un tipo con mucha suerte.

Pero supongo que mi yo del pasado no querría saber nada de eso. A mi yo del pasado no le interesaban los finales de los libros. A mi yo del pasado le apasionaba leerlos. Pero aun así, me miraría con impaciencia y me preguntaría por un nombre. Y yo... no sabría como explicarme. Ni mi yo del pasado del pasado ni yo somos violentos. Pero apuesto a que mi yo del pasado me daría un puñetazo. Y me recordaría, apretando los dientes, que lleva un par de horas esperando allí. Que hace frío. Y que no le gusta pasar frío. ¿Y todo para qué? Y yo le miraría -me miraría- y diría: "eres un gilipollas". Y mi yo del pasado se encogería de hombros y me diría algo así como: "dime algo que no sepa...". Y es cierto, porque eso lo llevo sabiendo ya algunos años. 

Harold MacMillan, político inglés, dijo una vez: "Deberíamos usar el pasado como trampolín y no como sofá"   Lo creo a pies juntillas. Pero últimamente, me cuesta horrores ponerlo en práctica.

Así que hoy me voy a pasar la tarde en el pasado. Al menos, un par de horas. Y con un libro. Dudo que me encuentre con mi yo del pasado. Pero si lo hago, intentaré contarle también las cosas buenas. Que nuestros padres están orgullosos. Que nuestros hermanos están más cerca que nunca. Que conservamos los mismos grandes amigos. Que aun nos gusta Mark Knopfler a rabiar. Y que seguimos luchando día a día por hacerlo lo mejor posible. Que nos caemos, pero que siempre nos levantamos. Y que ahí esta la clave.