martes, 20 de noviembre de 2012

Memoria

Lo reconozco: soy un tipo nostálgico. Los recuerdos son una especie de gran velamen en mi nave, una que tan pronto da un impulso de más, tan pronto entorpece el avance. Un aparejo que el Capitán debería mandar arreglar de alguna forma. Cortando trapo, tal vez. Porque la idea de quitarlo entero me parece imposible. Pero sí, el caso es que los recuerdos a veces influyen demasiado en mi rumbo. Se encarnan en canciones, en imagenes fugaces y... bueno. Me tuercen el día. A veces, claro. Otras, me lo arreglan.

Creo que, gracias a Dios, no tengo demasiados malos recuerdos, y los que tengo, son como una cicatriz que me impiden olvidar que yo me lo busqué. Y sin embargo, son los buenos los que muchas veces vienen a hacerme una visita y se acaban clavando en algún rincón del alma, que durante unos momentos, me hace apretar los dientes 

Supongo que desde hace un tiempo me siento como que el camino va cuesta arriba. Que todo es un poco más difícil de lo que parecía. Y que los recuerdos de momentos mejores aparecen de debajo de las piedras: en canciones que suenan, en imágenes que te emboscan a traición. Y le doy muchas vueltas. Menos que antes, tal vez. No estoy seguro. Intuyo que estas cosas no me paralizan tanto como hace algunos años. Supongo que será cosa de la experiencia, de que los errores se acumulen, y de que los aciertos hayan ido limpiando un poco el camino. 

Pero de verdad, hay momentos en que vuelvo a caer en lo mismo de siempre. En esta sensación de inabarcable nostalgia, de incertidumbre profunda. Y por aquello de la experiencia, porque ya me he la he dado demasiadas veces contra la misma piedra, creo que he aprendido que no hay otro remedio que ese: apretar los dientes. Tirar de los cabos, tratar de redirigir el velamen y escapar de la tormenta. Aguantar el tirón. Hasta que se pase.


¿Sabéis que todos los marineros tenían sus supersticiones?¿Sus objetos de la suerte? Objetos a los que se aferraban en los momentos de necesidad. Inservibles, seguro. Pero apretarlos contra sí les daba una extraña fuerza, nacida quizá de la desesperación. Yo no es que tenga nada parecido, pero en estos momentos no dejo de pensar en una vieja leyenda extranjera que me contaron no hace mucho. "Todos los viajeros, al pasar por aquí, tocan esta estatua y piden un deseo". Y claro, yo también lo hice, con una sonrisa divertida. ¿Por qué no? Y pasé mi mano allá por donde el metal brillaba más, por la cantidad de manos que se habían detenido allí a desear sin reservas. ¿Veis? Recuerdos. Apretar los dientes. Y aguantar.

Y en esto que hace unos minutos leo el blog de otro caminante de la Calle Melancolía (un profesor y un amigo) y una frase alumbra en la oscuridad y me tranquiliza:

"Todo aquello que no recuerdo es mucho más importante que las cuatro cosas que retengo en la memoria."

Parece que el viento ya se va calmando. Parece que ya pasa la tormenta.