El corazón me latía con tanta fuerza que me extrañó que nadie lo oyera. Incluso en una calle tan concurrida. No supe de dónde saqué el valor para alargar la mano y tocar su hombro.
Ella, claro, se giró. Sus ojos se clavaron en mi, y no pude saber con exactitud si ella estaba sorprendida o no.
- Hola -dije, como si la palabra fuese la más complicada de pronunciar.
- Hola -dijo ella, sin atisbo de emoción en su rostro.
- ¿Cómo estas? -pregunté, sintiendo que estaba de pronto en el peor lugar posible.
- Bien... me voy ahora a trabajar.
- Ya... bueno, yo... no -Empezé a maldecirme por dentro, porque las palabras no me venían a la mente ni a los labios. Querría haber dicho, quizá: "¿En qué trabajas?", o tal vez un estúpido "¿te acompaño un trecho?". U otras mil cosas. Pero no. Sentí que el aire me quemaba, y que estar allí inmóvil, frente a ella y en medio de la calle me estaba matando por dentro. Así que fui aún más estúpido:
- Pero... me alegro de verte - y me incliné torpemente para darle dos besos. ¡Dos besos! Hay que ser menguado. Ella se apartó.
- No... creo que no. -Me miró una vez más, y sentí frío. Luego ella echó a andar.
Fue todo un golpe. Como un mazazo que me devolvía a la realidad. Pero aún me quedó un chispazo de fuerza, de locura, un atisbo de dignidad que aún no había sido machacado. Así que la alcancé, y traté de mirarla de nuevo. Intentando encontrar algo en sus ojos fuera de ese frío que creía olvidado hace años.
- ¿De verdad? -le pregunté. No, no lo podía creer. Y de nuevo, las palabras se me atragantaban.
- Si... -dijo ella, como no entendiendo que yo no lo captase.
- Vale... -me sentí tambalear- pues...- aquello era surrealista. Me maldije y apreté los dientes. Y antes de girarme y salir de allí, apretando el paso, sólo pude decir "lo siento". Como "siento haberme cruzado contigo", "siento ser una desagradable sorpresa" o más bien "siento que vuelvas a mirarme así"
Caminé rápido, apretando los puños dentro de los bolsillos del abrigo. Tenía la mandíbula tan tensa que pensé que se rompería. Me maldecía, una y mil veces. Todo había sido tan rápido y tan confuso que podía parecer que aquello nunca había pasado en realidad. Pero no, las cosas que no pasan nunca duelen tanto.
Y de repente, tras unos pocos segundos, una parte de mi antiguo yo, irreductible, masoca y cabezota, tomó el control y me hizo girarme. Pero ella ya no estaba. Miré a un lado y a otro. Nada. Como un fantasma. Y por fin obtuve mi respuesta. Yo era el fantasma. No existía. Me había borrado. Por primera vez en años, sentí de verdad que algo se me rompía dentro. Y al poco rato, empezó a llover.
Y de repente, tras unos pocos segundos, una parte de mi antiguo yo, irreductible, masoca y cabezota, tomó el control y me hizo girarme. Pero ella ya no estaba. Miré a un lado y a otro. Nada. Como un fantasma. Y por fin obtuve mi respuesta. Yo era el fantasma. No existía. Me había borrado. Por primera vez en años, sentí de verdad que algo se me rompía dentro. Y al poco rato, empezó a llover.