martes, 29 de mayo de 2012

The Ones With The Light

Hoy es un día de balones fuera. ¿Qué significa eso? Pensaba explicarlo, pero creo que lo dejaré para otra ocasión. Una en la que no me apetezca echar balones fuera, por ejemplo.


El otro día, a la hora de comer y tras prepararme unos espagueti a la parmesana, decidí volver a ver una película que me cautivó la primera vez que la vi: Nueve Reinas, una película argentina que retrata el mundo de un par de estafadores en Buenos Aires. La película no solo me gustó por su relación con la magia (hay un par de guiños interesantes), sino porque oculta además un par de perlas sobre la vida humana que merecen la pena. La siguiente historia es una de ellas:

Un tren suburbano. Un hombre abatido que se sienta en uno de los muchos espacios vacios, sucios y forrados de acolchado granate. Recuesta su cabeza contra el cristal y cierra los ojos, tratando de evadirse del rechinar de la mecánica del viejo tren. Por los compartimentos que separan los vagones, aparece un chaval, de apenas 13 años, quizá. Reparte estampas entre los viajeros, dejándolas sobre las rodillas y pasando de largo. También pone una en la rodilla de nuestro viajero, y continua su labor por todo el vagón. 

El viajero, al sentir el contacto en su rodilla, abre los ojos y levanta la cabeza. Coge la estampa y la mira con atención: un caballero de brillante armadura y capa roja lancea, montado sobre blanco corcel, a un dragón postrado y herido de muerte. San Jorge, quizás, debe pensar nuestro protagonista. Con la mirada cansada, busca a quien ha dejado la imagen y después se lleva las manos a los bolsillos. Encuentra primero un coche de juguete, una miniatura perfecta de un descapotable clásico de color verde. Lo mira un momento y después lo coloca sobre su rodilla derecha. Después busca en otro bolsillo y extrae un billete, que deja en su rodilla izquierda. Luego espera, con la estampa en las manos.

Al rato, el chaval vuelve, recogiendo solo las estampas, pues muy poca gente se ha dignado siquiera a tocarlas o mirarlas. El chico recoge rápidamente una tras otra y al llegar a nuestro viajero, hace ademán de recoger la estampa, pero se detiene a mitad al ver el billete y el coche de juguete.

El viajero le mira a los ojos, y después mira al billete, y luego al coche de juguete. Después vuelve a mirar a los ojos del chico, como en una pregunta silenciosa. El chico, con los ojos hinchados y el semblante sucio y serio, duda unos segundos, como sopesando las opciones. Mira un par de veces el coche, y solo una el billete. Después vuelve a mirar al hombre, y acto seguido, coge el billete y se marcha. 

Apenas ha dado unos pasos cuando el hombre lo llama. Ey. El chico vuelve sobre sus pasos y mira al hombre con curiosidad. Este, con su cara cansada, esboza una sonrisa y le da al chico también el coche. Este lo siente en la mano, lo mira, y sonríe de oreja a oreja. Sus ojeras se alisan, su semblante se ilumina. Luego vuelve a mirar al hombre y le sonríe mientras reanuda su tarea. Este lo ve alejarse, y luego recuesta de nuevo su cabeza contra el cristal, cerrando sus ojos, mientras el tren prosigue su camino.

Este mundo se ha vuelto loco, y quizá no tenga remedio. Quizá la tristeza, el desaliento, la soledad y la locura humana estén a la orden del día, pero escenas como esta me recuerdan que nadie está ni tan cansado como para no poder regalar una sonrisa, ni tan mal como para no poder asombrarse con un pequeño gesto que cambie el negro signo de un día. 


                         

domingo, 20 de mayo de 2012

Tarde de domingo rara


Llevo mucho tiempo ausente, lo se. Es raro, pero a veces no encuentro un momento para pararme, dejar que las cosas se asienten en la cabeza, se filtren y permitan a las palabras darles sentido y forma. Esta tarde de domingo rara, por cosas de la vida, he encontrado esos minutos.


La verdad es que me he dejado en el tintero muchas cosas que escribir, y desde luego, encontrarán su hueco. Pero necesito más tiempo para escribirlas y dar a sus historias el brillo que se merecen.

Esta breve entrada no necesita más que una foto, una canción y unas pocas letras. Un lenguaje combinado y extraño que, para mi, esta tarde, se traduce en una sensación.

La extraña, inesperada, desconcertante y genial sensación de que puedes sentirte feliz con muy poco.