miércoles, 26 de septiembre de 2012

Gracias.

Hoy es un día especial. No se nota en el tiempo, no se huele en el aire. La inmensa mayoría de la creación no lo sabe. En realidad, sólo es especial para unos pocos. Para mi también. Hace hoy veinticinco años (se dice pronto), dos personas se dieron un “sí” que encerraba, en los dos segundos que tarda el corazón en sentirlo y los labios en pronunciarlo, un sinfín de promesas, de retos, de esfuerzos, alegrías, sinsabores, orgullos y decepciones. No me andaré con elipsis el día de hoy: hace veinticinco años, mis padres, Juanma y Matilde, quisieron cambiar su vida y su historia.

En realidad, nada ha cambiado desde ayer cuando aún eran sólo veinticuatro años y trescientos cincuenta y pico días. El mérito no es mayor, la aventura no es más apasionante de lo que ya era. Ni más de agradecer ni de admirar de lo que fue siempre. Pero son veinticinco años, y el ser humano necesita de símbolos, de fechas que le recuerden un momento de su vida que lo cambió todo.

En realidad, supongo que todo cambió mucho antes, que los caminos de estas dos bellísimas personas que son mis padres se unieron tiempo atrás. Pero el 26 de Septiembre de 1987 supuso una confirmación, el culmen de una ilusión, el pistoletazo de salida a toda una nueva vida. Pero claro, yo sólo puedo suponerlo. Porque yo no estaba allí.

Tampoco tardé mucho. Las fechas revelan que antes de que se cumpliese un año, yo, el Burgués que escribe estas letras, ya estaba dando guerra por los pasillos de aquel hogar de la calle Bélgica. Después vino Enrique, y luego Jorge. Y Carlos, y Javier, y María. Es increíble... Veinticinco años de quererse, y de querernos a nosotros, sus hijos.

Para mi es un misterio. Porque aunque soy joven, puedo llegar a vislumbrar que la vida es difícil, que el camino es duro y lleno de baches, que el corazón flaquea muchas veces, que no es suficiente con el sentimiento, y que en veinticinco años, da tiempo a querer tirar la toalla muchas veces. Y ahí está el misterio. La magia. Mis padres nunca se han rendido. Quizá sea el trabajo en equipo: que uno apriete los dientes y empuje fuerte cuando el otro parece flaquear. Que a veces se sepa dejar el orgullo al lado cuando está en juego algo más importante y más grande que uno mismo. Y por misterioso, por sorprendente, y por hermoso, yo como hijo no puedo estar más asombrado, maravillado y agradecido.

Porque... que dificil debe ser contemplar la vida desde una montaña de veinticinco años de distancia. Recordar y ver cómo ha cambiado todo. Cómo hay cosas que no salieron como se planeaban. Que los hijos, nosotros, crecemos, y luchamos por dejar de ser niños. A veces nos faltan ojos para ver que ellos no pueden dejar de vernos como sus niños. Y que así debe de ser. Porque lo somos y lo seguiremos siendo siempre, en algún lugar recóndito de cada uno de nosotros seis.

Y con que ganas, con que anhelo queremos todos nosotros, los seis (aunque ellos no lo sepan a veces) que se sientan orgullosos de nosotros. Que nos miren y sonrían con aprobación. Que sientan que todo ha merecido la pena. Que somos lo mejor que podemos ser. Que les admiramos. Que sabemos que nada de esto hubiera sido posible sin ellos. Que les queremos.

Por estos veinticinco años, por las penas, por el esfuerzo, por los sacrificios, por la lucha... por las alegrías, por los consejos, por enseñarnos, por perdonarnos, por escucharnos, por regañarnos, por castigarnos, por consentirnos, por intentar comprendernos, por conseguirlo... por querer seguir en la brecha. Por querernos. Por todo. Muchas gracias, papá y mamá. Felices veinticinco años de esta familia que vosotros habéis construido. Os quiero.

domingo, 23 de septiembre de 2012

No, gracias.


¿Y qué tengo que hacer?
¿Buscarme un valedor poderoso, un buen amo,
y al igual que la hiedra, que se enrosca en un ramo 
buscando en casa ajena protección y refuerzo,
trepar con artimañas en vez de con esfuerzo?
No, gracias.

¿Ser esclavo, como tantos lo son, 
de algún hombre importante?¿Servirle de bufón
con la vil pretensión de que algún verso mío
dibuje una sonrisa en su rostro sombrío?
No, gracias.

¿O tragarme cada mañana un sapo,
llevar el pecho hundido, la ropa hecha un harapo
de tanto arrodillarme con aire servicial?
¿Sobrevivir a expensas de mi espina dorsal?
No, gracias.

¿Ser como esos malditos que veis a Dios rogando
-oh, hipócritas malditos- y el mazo dando?
¿Y que, con la esperanza de alguna sinecura,
atufan con incienso a quien se les procura?
No, gracias.

¿Arrastrarme de salón en salón
hasta verme perdido en mi propia ambición?
¿Navegar con remos hechos de madrigales
y, por viento, los suspiros de doncellas banales?
No, gracias.

¿Publicar poniendo yo el dinero
de mi propio bolsillo?
Muchas gracias, no quiero.

¿Hacerme nombrar Papa en esas chirigotas
que en los cafés celebran, reunidos, los idiotas?
No, gracias.

¿Desvivirme para forjarme un nombre
que tenga el endiosado lo que no tiene de hombre?
No, gracias.

¿Afiliarme a un club de marionetas?
¿Querer a toda costa salir en las gacetas
y decirme a mi mismo: no hay nada que me importe
mientras que mi ingenio se cotice en la Corte?
No, Gracias.

¿Ser miedoso?¿Calculador?¿Cobarde?
¿Tener con mil visitas ocupada la tarde?
¿Utilizar mi pluma para escribir falacias?
No gracias, compañero. La respuesta es: no, gracias.

Cantar, soñar en cambio.
Estar solo, ser libre.
Que mis ojos destellen y mi garganta vibre.

Ponerme si lo quiero el sombrero del revés.
Batirme por capricho o hacer un entremés.
Trabajar sin afán de gloria ni fortuna...
Imaginar que marcho a conquistar la Luna.
No escribir nunca nada que no rime conmigo
y decirme modesto.

Ah, mi pequeño amigo,
que te basten las flores, las frutas y las hojas,
siempre que en tu jardín sea donde las recojas.

Y si por suerte un día logras la gloria así,
no habrás de darle al César lo que él no te dio a ti.

Que a tu mérito debas tu ventura, no a medra,
y en resumen, haciendo lo que no hace la hiedra,
aun cuando te faltare la robustez del roble,
lo que pierdas de grande, no te falte de noble.

domingo, 9 de septiembre de 2012

Domingo y Lunes.

Hay momentos en que crees que el día ya te ha brindado todo lo que debía brindarte. Orgulloso de tu tiempo o no, el día acaba, y toca esperar al mañana para un nuevo amanecer, un nuevo despertar, una nueva oportunidad.

Hoy, justo antes de dar por concluido mi día, un impulso involuntario ha desencadenado una pequeña cadena de sucesos que me han traído aquí, a estas líneas, casi un mes después.

Líneas que alumbran líneas, pensamientos que nutren vidas, sentimientos difíciles de catalogar. Estúpidas obviedades de la vida que te hacen pensar. Como que mientras tu vives los últimos compases de un Domingo, en otro lugar del mundo el Lunes ya es una realidad. No sólo vivimos en diferentes mundos, sino en diferentes tiempos. En diferentes planos. Hechos obvios que una noche te golpean suavemente el entendimiento, como si fuera la primera vez. 

¿Qué se siente cuando alguien que no está acostumbrado a abrir su mundo al exterior decide que hará una excepción contigo?

“¿Sabes que eres una de las personas más increíbles que he conocido en mi vida?”

¿Cómo reacciona uno ante algo así?¿Se despierta algo en su interior?¿Cambia algo?

Imaginemos que hoy me ha tocado leerlo a mi. Escrito desde un Lunes para un Domingo que languidece. Yo he sentido responsabilidad.

Pero por cosas así, una noche de Domingo y una madrugada de Lunes pueden pasar de ser corrientes a tener un destello de belleza que quizá, marque alguna diferencia.