lunes, 23 de abril de 2012

Intocable

Sentirse intocable es una ilusión. Quizá una de las más peligrosas. Es esa sensación de que eres invulnerable, de que nada puede tocarte ni romper el momento. Alegría, emoción, entusiasmo, adrenalina. Mariposas en el estomago. Todas esas cosas pueden hacerte sentir intocable, invencible, por un momento.

A veces, son muchas cosas a la vez las que nos hacen sentir que el mundo se nos queda pequeño, que no hay nada que no se pueda hacer. Y es solo una ilusión, un espejismo. Algún tipo de magia que nos hechiza con una bendita ceguera temporal que convierte el miedo, las dudas y la adversidad en peligros relativos, sombras vagas que creemos fáciles de iluminar.
Unas notas de piano, un montadito de dulce de leche, unos versos, un beso suave, una película, una mirada que quiere leer el alma, una caricia en la mejilla que se escapa sin quererlo, promesas que nadie hace, semáforos en rojo que mantienen la moto parada, secretos a voces, tréboles de cuatro hojas.

Esas son algunas cosas que pueden hacer que te sientas, contra toda lógica, invencible. Como cuando haces ocho mezclas faro perfectas. Como Aquiles sin su talón. Como los versos de William Ernest Henley. Como el lobo que aúlla a la Luna Llena,  como velero que navega con buen viento en un mar de espejo, como el ladrón que nunca ha sido capturado, como ese pequeño pueblo de Armórica que resiste todavía y siempre al invasor. Irreductible. 

Y no es sino la sombra de una ilusión. La invidencia voluntaria de quien se embarca en alguna loca aventura sobre la que todos le advierten. Hasta la propia experiencia. El propio instinto grita, advirtiendo el peligro. Porque cuando más intocable te sientes, más vulnerable te vuelves. 

Pero nadie dijo que vivir significara sentirse seguro e intocable para siempre. A veces, con unos pocos momentos basta.



martes, 17 de abril de 2012

Fechas

Hay fechas que se clavan en la memoria, por mucho que quieran hacértelas olvidar. El 17 de Abril es, para mi, una de esas fechas.

Ya sabeis, siempre es un día más, un 17 de Abril más. Hasta que de repente, se convierte en el 17 de Abril. De la misma forma en que Abril siempre fue el mes del cachirulo y la mona (los primeros trotes sintiendo en los pies descalzos la arena de la playa aún tíbia) y de pronto pasó a convertirse en el mes del libro. Sin motivos lógicos ni razonables. Porque a estas alturas, todavía no he pisado la feria del libro.

Hoy es un día de recuerdos y yo no soy muy dado a enterrarlos. Prefiero dejarlos volar un rato, alimentarlos con alguna canción, y ver si puedo quedarme con lo bueno. Y aprender algo.

Lo bueno de esta canción es que me sirve para dejar salir casi cualquier sentimiento. Tiene muchos versos con significado para mi. En este 17 de Abril, el verso es...

Bueno. Eso es cosa mía.




martes, 10 de abril de 2012

Cosas nuevas. Cosas viejas.


Los días pasan volando y de pronto me doy cuenta de que ya me he enfrentado al primer despertar completamente solo, a la primera batalla campal contra la lavadora (en un sentido más literal de lo que me gustaría admitir), al primer viaje a la cocina a beber agua en mitad de la noche, a la primera pesadilla, al primer problema técnico con Internet, a la primera compra del mes, a los primeros miedos...

También he vivido ya el primer despertar con música y sonrisa, con esa sensación de “todo está bien”. También el despertar atropellado y confuso que tiene lugar cuando la panda de descerebrados de tus amigos vienen a despertarte a las tres de la mañana porque se ve que te echaban de menos. ¿Os ha pasado que un día estáis reventados y ya os preparáis para meteros en la cama y a los diez minutos os veis a vosotros mismos en el asiento trasero de un coche pensando “no se como me han liado...”? Pues ya lo he vivido.

Ya he vivido las primeras magias, las primeras tardes cantando a grito pelado, la primera sesión de cocina previa a una cena para dos, las primeras ideas brillantes mientras miro el techo desde mi cama. Cosas que ya había vivido antes... pero en un sitio nuevo. Cosas viejas, cosas de siempre que se viven como nuevas. 

Y todo empezó con la firma de un contrato. No es el primero que he firmado en mi corta vida, pero es el que mejor recordaré. No solo porque tiene que ver con mi primer piso lejos de la casa paterna. También por los recuerdos que me trajo. 

Yo leía tan rápido como podía el dichoso contrato, mientras Elena (mi adorable casera) resumía algunas clausula que ella misma, como buena letrada, había modificado. En ese momento, como tantas otras veces, mi mente voló lejos, muy lejos en el tiempo. Ya sabéis, mi cuerpo  estaba ahí, yo decía “aham, aham... si...” mientras escuchaba “blablabla...”. Pero mi mente estaba en otra parte. 


Me vi a mi mismo vistiendo de domingo, con pantalones cortos de niño de menos de diez años, con camisa a juego con las de mis hermanos. Los tres mirábamos embobados un viejo televisor, el de la habitación más al fondo de casa de nuestra abuelita, y nos reíamos viendo a dos individuos en blanco y negro romper fragmentos de papel mientras hablaban a toda velocidad. Quizá en ese momento no entendíamos muy bien porqué nos reíamos, pero lo pasábamos bomba viendo los hermanos Marx. Siempre he pensado que Groucho causó algún tipo de bendito daño irreparable en mi cabeza y mi sentido del humor que me ha dejado así para siempre. Por eso, mientras volvía de mi viaje astral al pasado y volvía a escuchar la voz de Elena, su “blablabla...” se fue convirtiendo por unos momentos en:


“Dice que... lapartecontratantedelaprimeraparteseraconsideradacomolapartecontratantedelaprimeraparte...”


martes, 3 de abril de 2012

Comienzos.


“Es poco lo que tengo:
el oro de mi tiempo,
la flor de mis neuronas
y por supuesto la Luna.”

Y con lo poco que tengo, decidí salir de casa de mis padres. Unos padres geniales, cuatro hermanos menores bastante tocanarices, una hermana pequeña a punto de entrar en la edad del pavo, un gato loco, una tortuga inadaptada, un periquito ignorado y un conejo negro que debe de estar pasándolo muy mal entre tanta locura. Desde que nací, o desde que tengo memoria, he vivido con ellos. Con mis padres y mis hermanos. Los animales vinieron después. 

Y con 23 años, a alguno quizá le extrañe que uno decida mudarse. No me voy a otra ciudad, ni por trabajo ni por estudios. No. Me quedo en la misma ciudad , a un par de kilómetros de la que siempre ha sido y será mi casa. Una oportunidad, una amiga enrollada, un viaje a Ikea, un proceso de adaptación con idas y venidas de unas cuantas semanas... y aquí estoy. Un nuevo techo, una nueva ventana, nuevas vistas, más espacio del que nunca tuve. Y un montón de retos que puede que aun no haya sido capaz de imaginar.

Cuando mi padre se enfadaba con nosotros, con mis hermanos y conmigo, porque no habíamos fregado, o barrido, o tendido la ropa cuando el llegaba a casa, nos llamaba burgueses. Al final, hasta le he cogido cariño a ese apelativo. Y me dio esta idea: el burgués emancipado. Luego una amiga experta en derecho civil me dijo que solo se emancipan los menores de edad. Pero ya era tarde. Me dan igual las inexactitudes legales. Así se queda.

Todo barco tiene su bitácora, todo loco soñador su diario. Yo de vez en cuando necesito escribir. No se si serán aventuras, anécdotas, historias o recetas de cocina. Probablemente, esto último no. Pero aquí irá apareciendo, sea lo que sea.

Lo que seguro que habrá es magia. Y música. Y pensamientos.

Y por supuesto, la Luna.